Cultura
El Asedio Vikingo de París (885-886)

El Asedio Vikingo de París (885-886)

Actualizado el 09/02/2013 15:25                Compartir

Tras el tercer ataque a París del 857, los francos occidentales habían decidido reforzar sus defensas, así, en el 864, según el “Edicto de Pistres” (actual Pîtres), promovido por Carlos II el Calvo, nieto de Carlomagno y rey de de Francia Occidental, se tomaron las medidas necesarias para reforzar el campo y las ciudades de las depredaciones vikingas. Entre las varias medidas estaba la de aumentar las fuerzas territoriales de caballería, que debían acudir rápidamente a la llamada del rey en caso de requerirlos. Así contaría con una veloz y numerosa fuerza móvil para alcanzar a los vikingos antes de que cargaran los frutos de sus saqueos en los barcos y huyeran. También prohibió a sus vasallos que comerciaran con los vikingos, y se trató, sin mucho éxito, de controlar la edificación de castillos que los señores llevaban alzando de motu propio para autoprotegerse y aumentar la autoridad privada en sus dominios. Otra de las medidas más importantes tomadas por Carlos el Calvo consistió en la construcción de puentes fortificados en prácticamente todos los ríos de su reino, para evitar que los drakkars vikingos pudieran remontar los caudales. El primero se construyó en Pistres, en el Sena, y poco después se construyeron otros dos en la isla de la Citè de París, uno a cada lado, conectando la isla con las orillas norte y sur.
En el año 885, dos jarl daneses, Sigfred y Rollon (1), organizaron una de las mayores flotas vikingas que el mundo vio jamás, con más de 700 naves y unos 30.000 hombres. Su objetivo era saquear la rica región de Borgoña remontando el río Sena. Plano renacentista de la ciudad de Paris en el siglo VI. En el 885 su aspecto no debía diferir demasiado, aunque el barrio extramuros del norte no existía en el 885, probablemente debido a los continuos ataques vikingos, y no resurgiría hasta un siglo después, dando inicio a lo que sería el núcleo poblacional de la ciudad en la Baja Edad Media. Sin embargo se aprecia claramente el curso del Sena a través de la Cité, donde se concentraba la ciudad en el siglo IX, con los dos puentes romanos donde se reconstruirían el Pont-au-Change al norte y el Petit-Pont al sur. Cerca del primero se extendía la abadía de St-Germain l'Auxerrois, y al suroeste del segundo la de St Germain des Prés. En el extremo noroeste se aprecia Montmartre.
Asedio
Conocemos los hechos principalmente gracias al monje Abbo de Saint Germain des Prés, que fue testigo directo de la batalla, y que compuso un poema (“De bellis Parisiacae urbis”)(2) en el que relataba el terrible asedio. Su intención, era la de alertar a las futuras generaciones de la amenaza vikinga y contribuyó a extender esa visión terrorífica de los hombres del norte.
París, en el año 885, se sentía relativamente segura, pero no podían imaginar ni en sus peores pesadillas lo que se les avecinaba: el 25 de Noviembre una gigantesca flota vikinga de 700 barcos apareció por el Sena repleta de hombres armados. Su objetivo inicial no era la ciudad, pero para proseguir su travesía hasta Borgoña debían atravesar los puentes de la isla de la Citè, donde se enclavaba el entramado urbano medieval de París, y se vieron obligados a hacer una escala en su camino y negociar el paso. Recibieron una negativa por parte del duque Eudes, cuyo padre Roberto el Fuerte había muerto combatiendo a los vikingos, y sabía que estos no eran dados a respetar los pactos. Así, París se había convertido en un lugar de importancia estratégica tremenda gracias a los dos famosos puentes construidos en tiempos de Carlos II el Calvo, uno de piedra (Pont-au-Change) y otro de madera (Petit-Pont), que dominaban la navegación fluvial. Los vikingos, encolerizados por el contratiempo, se dispusieron a arrasar la ciudad y cruzar por la fuerza.
La defensa de Paris fue organizada rápidamente por el obispo Gozlin (3) y por Eudes, duque de Francia (4) y conde de París. Las torres de los dos puentes fueron fortificadas, y allí se apostaron parte de los hombres del duque, que contaba con una hueste de 200 hombres de armas, además de su hermano Roberto y varios nobles francos. Al parecer, la población parisina no fue armada, por lo que la desigualdad numérica era abrumadora, aunque sus 200 hombres debían ser expertos soldados que se dedicaban exclusivamente al oficio de las armas. Los vikingos lanzaron un primer ataque por agua desde sus drakkars contra el Pont-au-Change, que no estaba terminado, pero fueron rechazados, por lo que desembarcaron y se dispusieron a sitiar la ciudad. Rollon y Sigfred establecieron su campamento en las cercanías de la abadía de Saint-Germain-l’Auxerrois, al norte, cuyo abad Hugh, se había refugiado con las santas reliquias en la ciudad y cooperaba en su defensa. Los jarl vikingos ordenaron que se talaran los árboles de la zona para construir una torre rodante de tres pisos y varios arietes y manteletes para tomar las torres que protegían la cabecera de los puentes. La torre avanzó como una mole, con 60 hombres en su interior, pero los arqueros francos hacían blanco en los que portaban las maquinas de asedio y los asaltos del 26 de Noviembre fueron repelidos. Abbo nos lo cuenta así:
"Estos infortunados hombres avanzaban hacia la ciudadela, con las espaldas curvadas bajo el peso de los arcos y el hierro de las escamas de sus corazas. Ocultan a nuestros ojos los campos con sus espadas y las aguas del Sena con sus escudos. Mil balas de plomo fundido no cesaban de volar sobre la ciudad. En los puentes se entremezclan las torres de vigilancia y las poderosas catapultas. (...) Las campanas de bronce de todas las iglesias tocaban lugubremente, llenando el aire con sus siniestros sones. (...) En este momento destacan los nobles y los héroes; el primero de todos el obispo Gozlin y junto a él Eblo, su sobrino, el abad favorito de Marte y también Roberto, Eudo, Regnario, Uttón, Erilango, todos ellos condes, pero el más valiente era Eudo. Murieron tantos daneses como dardos lanzó. El pueblo cruel combatió y el pueblo fiel se defendió (...)" (5)


Pintura del siglo XIX que representa a Eudes atacando a los invasores vikingos. Es una visión típicamente romántica y tanto las armas como las fortificaciónes de la torre del puente estan temporalmente desfasadas.
Los vikingos continuaron lanzando asaltos de gran virulencia el 27 de Noviembre empleando maquinas de asedio, fuego, flechas... Pero los parisinos resistieron arduamente y los chorros de aceite hirviendo arrojados sobre los asaltantes, sumado a los contraataques lanzados desde dentro de las fortificaciones, los forzó a batirse nuevamente en retirada. Según el abad y cronista del asedio Abbo, en versión parcial de los hechos, su superior: el obispo Gozlin, entró en combate aquel día blandiendo un arco y un hacha, y clavando una cruz en el exterior de la torre exhortando a los hombres a la lucha contra los paganos. Este contraataque en el que le secundó su sobrino Ebles debió de ser un éxito, ya que los vikingos se retiraron a sus posiciones iniciales y se convencieron de que la toma de la ciudad sería larga y ardua. Aunque lo exiguo de las fuerzas francas probablemente no les permitió continuar la lucha más allá de sus reductos. La visión que Abbo nos ofrece de Gozlin es evidentemente muy heroica y probablemente exagerada, pero nos permite saber que el obispo entró en combate, lo que no era tan extraño en los jerarcas de la Iglesia de aquel tiempo, en su mayoría pertenecientes a familias de la nobleza y adiestrados en el manejo de las armas.
El invierno llegó y el asedio continuaba estancado. Los vikingos se atrincheraron en sus posiciones mientras devastaban los campos abandonados. En el mes de Enero las crónicas mencionan otro hecho singular que nos hace creer que tras dos meses se lanzó otro ataque a gran escala contra la ciudad. Al parecer los vikingos lograron rellenar los bajíos del Sena y los fosos inundados con tierra, escombros, piedras, troncos y todo tipo de deshechos, incluso, según las crónicas, también con los cadáveres de animales y personas, hasta la de prisioneros francos que degollaban a la vista de los defensores, con la clara intención de que el terror paralizara a los hombres de Eudes. Pero el ataque no surtió efecto y no pudieron tomar las torres, que resistieron a duras penas. Durante los siguientes dos días se prosiguieron los intentos de conquistar los puentes, y al tercero, tres naves ardiendo fueron arrojadas contra el Petit-Pont, al sur, que era de madera, con intención de quemarlo, pero las naves se hundieron antes de llegar a su altura, aunque éste debió de sufrir algunos daños por la inestabilidad manifiesta que sufría, como veremos más adelante.
En la madrugada del 6 de Febrero de 886, la suerte sonrió por fin a los vikingos: El Sena sufrió una gran crecida causada por un gran aguacero, cuyo caudal, cargado de los detritos de los días anteriores, se llevó una parte importante del Petit-Pont, ya de por sí debilitado, y dejó la torre aislada en la orilla. Sólo doce hombres, atrapados, se ocupaban de su defensa en aquellos momentos. Resistieron heroicamente los envites vikingos durante todo un día a la vista de los ciudadanos parisinos que, impotentes, no podían acudir en su ayuda. Un día después, los supervivientes recibieron la promesa de que se les respetaría la vida si se rendían, por lo que aceptaron y salieron de su destartalada fortificación, pero el pacto no fue respetado y los defensores fueron degollados ante el estupor de los ciudadanos de París.
Pasaron los meses y las noticias de la heroica y milagrosa resistencia de Paris comenzaron a difundirse por todo el reino, cuyos habitantes comenzaron a envalentonarse contra los vikingos, quienes cada vez encontraban más resistencia en sus depredaciones. El duque Eudes se fue convirtiendo en un auténtico héroe de leyenda para los francos, mientras veían a su emperador Carlos el Gordo como alguien lejano e incapaz de defenderlos. Pero la inexpugnabilidad de París no era tal como se presuponía tras tantos meses de asedio. Tras la perdida del Petit-Pont, la flota vikinga controlaba ambas partes del río, y probablemente los víveres habrían dejado de afluir desde el exterior. Además, los campos no habían sido sembrados ese año, ni se había recogido la cosecha, por lo que los almacenes terminaron a buen seguro por vaciarse y la comida comenzaría a escasear alarmantemente.
Por este tiempo las ingentes fuerzas vikingas al parecer se dividieron para extender sus rapiñas, ya que era estúpido mantener a gran parte de los 30.000 hombres ociosos en un asedio imposible contra una pequeña ciudad-isla. En Abril, Sigfred abandonó el cerco con una parte de la flota. Rollon quedó detrás ocupándose de llevar a término el asedio y arrasar la ciudad si fuera preciso.
En los meses de Abril y Mayo del 886, estalló una epidemia de peste en la ciudad que acabó con la vida de muchos parisinos, incluida la del obispo Gozlin, lo que fue un duro golpe para los ánimos de los defensores. Ante esa situación desesperada, Eudes, se decidió a arriesgar una vez más su vida y logró salir furtivamente de la ciudad para pedir personalmente auxilio al emperador Carlos, que en aquellos momentos debía encontrarse en Italia. No sabemos cuanto tiempo le debió llevar la misión, pero debió ser largo y la ciudad, fallecido el obispo, quedaría probablemente a cargo de su hermano Roberto que la mantuvo en orden. Obtenida la promesa del emperador de que acudiría lo antes posible con su ejército, Eudes regresó a la ciudad junto a sus vasallos. Su personalidad era el mayor sostén que mantenía vivo París.
El ejército prometido a Eudes llegó para salvar la ciudad al mando del duque Heinrich de Sajonia, uno de los hombres principales del emperador, pero este murió de manera repentina y en circunstancias poco claras, probablemente cuando dirigía una avanzadilla. Sus tropas, compuestas mayoritariamente por caballería, al verse sin líder y liberadas del servicio, huyeron en desbandada. En verano, los vikingos de Rollon aprovecharon el momento para lanzar un gran ataque en todos los frentes sobre la ciudad, pero nuevamente Eudes y sus cada vez más escasos y hambrientos hombres los rechazaron.

Fin del Asedio

Tras casi un año de asedio, en los que los parisinos habían resistido lo indecible, llegó su salvación. Corría el mes de Octubre de 886, y el emperador Carlos III el Gordo, hijo de Luis el Germánico, y quien había reunificado el Imperio de su bisabuelo Carlomagno, llegó a París con un poderoso ejército, estableciendo su campamento en los altos de Montmartre, lo que levantó enormemente la moral de los asediados. Pero para estupor del conde Eudes y los valientes parisinos, su rey, en lugar de atacar y exterminar al odiado invasor, pactó con ellos su abandono del cerco a cambio del pago de un tributo de 700 libras de plata. La condición era que se les permitiría continuar sin oposición su viaje por el Sena para saquear Borgoña, y a su regreso se les haría efectivo el pago. Carlos el Gordo, satisfecho tras el paupérrimo acuerdo alcanzado, se marchó con todo su ejército, consintiendo que los vikingos saquearan parte de sus tierras dominadas por uno de sus vasallos más independientes, el duque Ricardo de Borgoña.
Concluida su expedición por tierras borgoñonas, que fue asolada durante el invierno, y llegada la primavera del 887, los vikingos decidieron regresar a sus bases y se les hizo efectivo el tributo de 700 libras. Pero de nuevo a la altura de París, estos, que habían reconstruido el Petit-Pont y reforzado las dañadas defensas, les negaron el paso con gran osadía. Los vikingos atacaron por enésima vez pero los parisinos repelieron todas las tentativas de asalto, y Sigfred y Rollon, exasperados definitivamente, se vieron obligados a desembarcar por el Marne y portar sus naves a hombros hasta rebasar los puentes de la Cité para alejarse de aquella ciudad maldita. Los invasores de la mayor flota vikinga reunida jamás, se retiraron tras dos años en territorio franco con las arcas repletas de plata pero abatidos por la resistencia de aquella pequeña ciudad de mercaderes que portaba el nombre de un antiguo pueblo celta: París. El lema que adoptarían siglos después es revelador del carácter parisino: “Fluctuat nec mergitur” Navega sin que nunca te hundan”.


Comentarios

  1. Anónimo

    23/10/2020 22:50

    gracias también yo me interesé por la serie vikingo, que parte es histórica y mucha imaginación se comprende, soy Cristina

  2. Migdal62

    11/05/2020 04:11

    Muchas Gracias, su relato me aclara y ubica para comprender mejor y con más datos esa parte de la historia. Y también fue por la serie Vikingos que encontré esta excelente nota.

  3. Tomás Robles Estévez

    29/04/2020 18:40

    La verdad,es que me gusta la historia, pero lo relativo aquí, me encanta.

  4. Anónimo

    20/11/2019 04:07

    Muy interesante reportaje y me ha ayudado mucho mas para seguir con la serie Vikingos, la cual esta increíble y serie con Historia es una delicia de aprendizaje.

  5. meza

    02/06/2019 05:58

    sin duda sabiendo de historia las series se disfrutan enormemente. excelente relato.

  6. Anónimo

    23/12/2018 23:25

    Excelente relato gracias

  7. Edilberto Quezada

    07/01/2018 07:08

    Despertó quise decir.

  8. Edilberto Quezada

    07/01/2018 07:06

    Estupenda nota, la serie Vikingos desierto ni interés en este segmento de la historia.

  9. pilar maría

    24/11/2017 12:55

    He visto algo de la serie Vikingos y me ha sido muy aclarador el documento.
    Me ha gustado muchísimo.Gracias
    La serie me está gustando bastante!

  10. ANGEL MIGUEL

    30/06/2016 20:48

    Hermoso relato¡

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